La aventura de narrar. Charla con Jorge Riestra, Premio Nacional de Literatura

Por Reynaldo Sietecase

Jorge Riestra es un autor del interior que, además, escribe y edita en provincia. Hasta hace poco tiempo se desempeñaba como director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia de la ciudad de Rosario, cargo que decidió abandonar para volver a escribir. Su libro “El Opus” ha obtenido el Premio Nacional de Literatura, en el género novela, cuento y ensayo por el cuatrienio 1983-1986.

El 12 de noviembre de 1972, después de un largo periodo sin escribir, Jorge Riestra anotaba en su cuaderno una frase que alguien le soplaba desde el silencio: “Conozco a Cora”. Era la punta del iceberg que emergía con esas tres palabras, y Riestra ya intuía que se encontraba frente a una obra que le demandaría un gran esfuerzo.

Lo que no podía imaginarse ese día el escritor rosarino era que ese proyecto que comenzaba, y que le exigiría seis años de intenso trabajo, sería galardonado con el Premio Nacional de Literatura.

“Este tipo de novelas vienen creciendo dentro de uno, no son obra de la casualidad o del azar, se vienen elaborando sin que se las detecte y de pronto irrumpen y hay que escribirlas. A diferencia del hombre de teatro que ve imágenes yo percibo la narración con sus voces y El Opus comenzó a hablar ese día en que está fechado el libro”.

Las voces de “El Opus”

¿Cómo fue la génesis de una obra como El Opus?

La novela se fue haciendo a sí misma. Al poco tiempo de haber vislumbrado el proyecto tuve un accidente automovilístico y perdí a mi esposa, y yo quedé con problemas en las piernas. En enero de 1973, comencé a pasar a máquina unas cien páginas y, salvo algunas interrupciones, ya no iba a parar hasta fines de 1979. La obra fue provocando su propio crecimiento, o la oía hablar. los personajes me iban hablando.

Existen dos elementos particulares en su novela, la inserción del autor como personaje y la utilización de diferentes lenguajes narrativos. ¿Esto obedece a la búsqueda experimental que se intenta con la novela?

La reacción de diálogo entre el escritor-personaje y la obra que se va escribiendo no estaba prevista. Yo no acostumbro trazar un plan para escribir. En cuanto a los lenguajes, existen en El Opus dos investigaciones. Una referida a lo histórico, en especial los sucesos del año 30’, y la otra, relacionada al lenguaje. Lo único que tenía desde el comienzo del proyecto eran los tres lenguajes que conviven en la novela y que corresponden a los distintos desdoblamientos de Miguel Angel, el personaje central. Primero el popular lunfardo que emplea Cacho, después el de Pedro, quien lee traducciones y escribe y habla como lee, y finalmente, Miguel Angel, que funde el lenguaje coloquial con el bagaje literario que le brinda Pedro.

El Opus comienza con una serie de apuntes propios del proceso de creación. ¿Cómo nació la idea de incluirlos?

Las notas que preceden la obra fueron creciendo con la novela y son producto de la experiencia de escribirla. Después vino la idea de utilizarlas para que lentamente introduzcan la novela. Por esa razón el final de la obra está al comienzo.

¿Este singular ordenamiento está relacionado con la primera nota, donde se propone inventar el orden?

No directamente. El narrador-personaje es un hombre de la noche, del café. Él tiene una vida irregular y escribe sobre ello. Al agotarse ese modo de vida como fuente de su literatura, se plantea la idea de ordenar su vida, para ver si el orden le brinda lo que el desorden no le atrae. Entonces escribe: “Si uno es incapaz de vivir el orden, debería ser capaz de inventarlo.”

¿Qué significa para un escritor la elaboración de una “suma narrativa” como El Opus?

Narrar es una aventura y se corren riesgos. En una obra como El Opus, el riesgo era que me despeñara e incluso que la novela quedara inconclusa. La obra fue hecha por ella y por mí. Cuando una novela está mucho con uno y el escritor va observando cómo se llenan las páginas, y se llega a tener 700 carillas sobre el escritorio, se construye una convivencia real. Es una relación que participa de lo obsesivo, la obra habla todo el día con uno. Se reproduce el “modus vivendi” de la pareja humana, y por ello hay periodos de enorme fusión y de distanciamiento. En esos periodos de distanciamiento, la obra y el autor corren riesgos. Después de cinco años de trabajo, pensé que el proyecto me había excedido. Afortunadamente para mí y para la novela, pasados seis meses sin poder escribir, una mañana, mientras preparaba el mate, pude ver el final y escribí las últimas sesenta páginas.

El Opus, Premio Nacional de Literatura 1987.

Dialogar con la página

¿El escritor debe imponerse un método de trabajo?

Tengo la convicción de que escribir no es un acto autoritario, escribir es dialogar con la página, con las palabras. No hay una imposición del escritor sobre la página, solo la propuesta apriorística es una imposición del intelecto. Y creo que el intelecto en literatura obra en segunda instancia. Primero está lo que llamaríamos la sensibilidad desnuda, “lo sensible”. Debemos evitar que la reflexión avance sobre la magia de lo creativo. Tomas Mann escribió que “la reflexión con su fuerza puede arruinar la gracia”, es decir, la magia, lo lúdico de todo proceso creador.

En El Opus, como en otras importantes obras de nuestra literatura, ¿existe una búsqueda del lenguaje de los argentinos?

Se dan convergencias muy hermosas, incluso, entre escritores de distintas épocas. Payró es quien marca el rumbo de esa búsqueda del lenguaje propio, cuando fusiona la lengua coloquial con la culta, y en esa unión está la gran conquista de nuestra literatura. Si bien el escritor no trascribe sino que recrea el habla, desde El Matadero, de Esteban Echeverría, los narradores argentinos venimos buscando, desde el lenguaje, qué somos y cómo somos. Ejemplos de esto son el Sarmiento del Facundo, el Payró del Laucha y el Arlt de Los siete locos y las Aguafuertes.

¿Usted se considera un escritor marginal?

Creo que mi marginalidad no es solo geográfica. Nunca he participado de los círculos literarios. No tengo amigos escritores. En Buenos Aires intimé con Bernardo Verbitsky y conocí a Haroldo Conti. En Rosario, sólo tuve encuentros esporádicos con Ada Donato y Angélica Gorodischer y, cuando vivía, con el poeta Felipe Aldana. La gente que conozco anda de noche, es mi manera, yo soy un hombre de bares y todos mis viejos amigos son gente de café.

Todos sus libros reflejan un fuerte contenido urbano…

Será porque amo las calles de la ciudad. La ciudad es sus calles, en ellas conviven lo maravilloso y lo perverso, lo luminoso y lo turbio. La ciudad es una suma cruel, que escapa a lo previsto. Somos hijos de la ciudad y estamos atrapados por ella, la reconocemos bella y peligrosa. La ciudad es eso, no la vida en las casas, la ciudad está formada por la gente que se vuelca a las calles y le otorga esa vida tan propia y tan única. La soledad en medio de la multitud y, al mismo tiempo, la comunión de miles de seres.

Esa misma ciudad se ha visto sorprendida con su alejamiento del cargo que ocupaba como director del Centro Cultural Rivadavia. ¿Cuáles han sido los motivos que impulsaron esa decisión?

Desde que asumí ese cargo, puse mucho fervor en mi tarea y creo modestamente que logramos darle otra fisonomía al Centro Cultural. Pero la función pública fue avanzando sobre mí, no dejó que mi cabeza estuviera libre para escribir. Creo que he sido útil a la ciudad, pero hace meses que no tengo libertad mental, y eso me asusta. No tengo derecho a cercenar, necesito volver a ser anónimo para poder escribir. No sé cuánta pólvora queda en el cartucho, ni qué capacidad hay en mi intentar. Intentar viene de “intentare”, que significa encontrar, debo permitirme entonces encontrar esa idea que me permita seguir.

¿Qué ha significado para usted la obtención de un galardón de la importancia del Premio Nacional de Literatura?

Estoy feliz, me parece que el reconocimiento viene muy limpiamente. Yo estaba muy distraído cuando me dijeron que había obtenido el Premio Nacional por El Opus. La obra fue mucho para mí y, con franqueza, le debo la vida, claro que ella también me la debe a mí. Me alimentó, me dió fuerzas para seguir luchando en momentos muy difíciles del país y de mi vida personal. Tenemos deudas mutuas, y que sea reconocida con un premio me da gran satisfacción. El premio tiene importancia, además, porque recae en un escritor que ha hecho toda su obra en provincia y es un incentivo para toda la gente que trabaja en el interior. En lo personal esto no me cambia, jamás he vivido de estímulos exteriores, sean elogios o negaciones.

Nota publicada el 1 de junio de 1989 en la versión impresa del segmento Cultura y Nación del Diario Clarín.

Conseguí El Opus haciendo click aquí.

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